domingo, 28 de agosto de 2011

revoloteando

como una mariposa iba y venía. se posaba en esta conversación, olisqueaba la amistad más antigua, recogía el polen de un encuentro, y así, entre flor y flor, su encanto, y con él su vida, volaban, dejando tras de sí la huella de un aleteo frágil y apenas colorido; en cualquier caso, ya olvidado.
Por un momento dejó de pensar. O casi. Sólo percibía el latido de su aliento, el tacto de su silueta, el olor de su calor y así, con el zumbido natural de tantas generaciones, se dejó caer en la oscuridad. Un instante, sólo por un instante, dejó de ser ella, para ser o ser con él.

lunes, 15 de agosto de 2011

entre nosotras

toda la vida iba a estar enamorada de lo intangible, de lo futurible, lo metafórico, sus perífrasis, y esa especie de alegoría de lo que podía decir pero nunca sería;
atrapada, así, quedó, entre las páginas de un libro, imaginando la voz, aventurada por lo que nunca de las letras saldría.

miércoles, 10 de agosto de 2011

el menú

querían recorrer todos los restaurantes del lugar. uno por encuentro. mezclar sabores con recuerdos, impresiones con miradas y dejarse deshacer, haciéndose por los rincones especiados que les sugería la ciudad.
el hambre de ya nostálgicos menus futuros que hoy la matan a ella no era, sin embargo, parte del ya saciado plan.

desaprendiendo

de tanto repetir: "bien, estoy bien", se le olvidó cómo pensar, no supo cómo sentir.

lunes, 1 de agosto de 2011

Mis historias.


Intuyo el inicio de todas mis varias historias en cada gesto, en cada palabra. Yo, la protagonista de apasionados amores, de execrables traiciones, de inolvidables éxitos, de trepidantes aventuras. Ya las estoy escribiendo con mis ansias, en silencio, en secreto, en el autobús, en una sala de cine, en soledad, entretenida. Las leo, las canturreo y saboreo igualmente ensoñadora. Son inicios muy prometedores. Y al final me quedo yo, sola, con mi vana imaginación.

A la fuente.


Tiré una moneda. Una, un deseo. Escribir extenso como los grandes.

¿En cuál?


Como tantos jóvenes, quería inscribir su amor en la corteza de algun árbol. 
No había aprendido aun, sin embargo, a distinguir los caducos de los perennes. 

Cara al cielo.


Las gotas de la lluvia aun saben a reto, a descubrimiento, a curiosidad.

La rosa.


Aquella que él le había regalado acabó en la basura. Simbólico gesto que hablaba de todo aquello que él le enseñara. El amor siempre fue usar y tirar.

Desinformada inocencia.


Regalaba poemas. Se paseaba calle arriba calle abajo enfrente de su librería. Nadie le había explicado todavía que incluso el amor y la felicidad tienen hoy un precio.

Por esos lugares.


El amor se esconde en la ciudad. En muchos bancos, en aquella calle, en algunos cines, en pocos restaurantes, en otros bares, en el sabor de esa clara, o incluso de algunos cigarrillos, con la fritura de los calamares, tras las luces de una feria, dentro del teatro, en ese y ese cine, en las calles oscuras del centro, en ciertos rincones y recovecos, en sus entrañas. Allí lo guardaré. Quizá un día me pasee para recordarlo. O acaso sólo lo haga para borrar su memoria de mi ciudad.  

Fugazmente, así, se dio el milagro.

Aquel hombre del sombrero y la camisa a cuadros en el metro, ¿te acuerdas?, cuando le alcanzó los cinco pesos que costaba el paquete de clínex ví, estoy segura, tan segura como que tú y yo estamos aquí ahora, como que el cielo que flota sobre nuestras cabezas es azul, ví, decía, cómo las puntas, las mismísimas puntitas de sus dedos se iluminaban, como bombillitas. Como farolillos. Como luciérnagas. Como un milagrico.

Esos silencios.


Existen parejas que comen juntas. Algunas lo hacen en silencio. Comparten el tiempo de sus secretos. Son petrificadas formas encantadas por un mago pasajero. Se otorgan lo más precioso: su más íntima y cómoda cotidianeidad. Han agotado todos los recursos contra la abulia, no se miran, derrotados. Descansan el uno del otro en soledad. O reposan de toda una vida consigo mismos, acompañados.

Una letanía.


Una escena borrosa: un hombre sólo parte de sus rasgos sobresalen entre las viejas rejas. Murmura con monotonía. Su mirada extraviada se alza, vaga, y se detiene, moribunda, con devoción. La imagen le devuelve un gesto igualmente perdido, más condescendiente, siempre más engañoso.

Se empaña mi mundo. Es la emoción, es la frustración. Pareciera que los años pasan en balde.

El futuro.


Terrible el viento de aquella ciudad. Su sombrero ya corría varias calles más abajo; imposible darle alcance. La nostalgia anticipada: a saber que ideas iba a calentar.

Él.


Me despierto y es en lo primero que pienso. Lo veo sin querer verlo. Pero sé que me lo cruzaré. Hago de tripas corazón. Me visto, salgo a la calle bien abrigada. Que la bufanda y el gorro me hagan invisible. Quiero ser la voyeur de mi dolor. Ahí va a estar, como cada día, en la esquina que nos unió. Me haré la despistada und día más. Una nube con forma de elefante, una hoja roja en la calzada, un afortunado perro meón; apartaré la mirada. Sólo un instante. Es siempre más fuerte que yo. Me puede. Lo miro. Me sonríe. Ya ganó. Maldito payaso burlón.

Sanguinarios


Yo ya estoy harta de estos cirujanos de mi ciudad. Para verles las tripas a alguien ya tengo las series de televisión. Que cierren de una vez a la pobre. Ya le hemos visto las ruinas demasiado tiempo, demasidado tiempo con atascos, tanta sangre no le hace bien a nadie.

Riesgo de muerte


Sólo dos pasos más, o quizá tres. Podría saltar. Sólo cuatro baldosas más. A ver, a ver. Negro, blanco, la gris, y un pentágono negro. Mantener el equilibrio. No pisar las líneas, ante todo no pisar ninguna. ¡Lo conseguí! Pero no hay que bajar la guardia, ahora viene lo más difícil: el paso de cebra. Espero no morir en esta.

Llegó el momento


“Cuando seas mayor lo entenderás.” Y aquí le tienen, 28 recién cumplidos, un adulto ya, y aún no me entra en la cabeza el misterio de la Santísima Trinidad.